Mi primer viaje en avión lo hice cuando tenía 4 años y lo único que recuerdo es que una amable azafata de Iberia me ofreció un zumo de naranja. Todas las imágenes de aquel vuelo están totalmente borrosas en mi cabeza y apenas puedo identificar dónde iba sentada o con quién. Por aquel entonces, las compañías aéreas te ofrecían beber y comer sin tener que abonar nada y sin que sintieras que era casi un lujo tener un poco de hambre o sed dentro de un vuelo nacional. Yo, como buena amante de las buenas oportunidades, hice uso de aquel fortuito privilegio.
Aun así, es evidente que un zumo de naranja de tetra brik –me gustara o no- no puede dar para una entrada en este blog, pero bueno, tenía que por lo menos explicaros el porqué del título… ya que voy a hablar de mi primer viaje decidido y planeado, pero no de mi primer viaje real (el cual, por cierto, fue a la maravillosa Sevilla).
Hasta aquí el fragmento que he querido conservar de la primera entrada de este blog (si alguien me sigue desde el principio seguro que incluso le suena). Después, me presentaba, hablaba de mis estudios y aficiones, y contaba entusiasmada que desde ese mismo momento iba a confeccionar esta nueva página a partir de todos los viajes que realizaba (y había realizado) para poder compartir la experiencia en el ciberespacio y así ayudar a nuevos nómadas. Además, mis –por aquel entonces recientes-participaciones en concursos de relatos me habían despertado de nuevo a la filóloga que llevaba (bueno, llevo) dentro y necesitaba escribir sin parar. La realidad también era otra: ya tenía una especie de blog en blogger creado gracias a una asignatura de la universidad y sólo era cuestión de rediseñarlo y cambiar la temática, así que la parte que más aburre (la de crear una cuenta nueva, un nombre que no existiese…) ya la tenía superada.
El tema es que después de tantos años, de haber madurado y cambiado, no quisiera que aquella fuera la primera entrada de mi blog. Prefiero esta (que edito en enero de 2013) que en el fondo tiene más de lo que soy y, sobre todo, una reflexión mayor sobre el porqué de todo.
Una serie de circunstancias me llevaron a conocer a personas de diferentes partes de España y a día de hoy pienso que eso fue lo que me llevó a descubrir cuánto me gusta viajar. Soy de las que piensa que las relaciones, sean del tipo que sea, tienen que vivir una serie de momentos y situaciones que sólo son posibles si las personas se encuentran compartiendo el mismo espacio y tiempo, y por tanto, no iba a ser yo la que le negara a esas relaciones la oportunidad de ser únicas y verdaderas. Ni antes, ni ahora.
Y entonces… compré un vuelo a Málaga por menos de 100€.
La verdad es que para mí aquello fue un dineral, ya que era menor de edad, iba al colegio, y trabajar en una pizzería 3 tardes a la semana no daba para mucho. Pero bueno, me parecieron, francamente, unos 100€ muy bien invertidos… aunque no sé si más o menos que los 240€ que invertí en mi primera cámara digital: una Sony Cybershot P-72 a pilas que pesaba como un muerto pero que hacía una fotos muy muy buenas. Y supongo también que de ahí nació otra de mis pasiones: la fotografía… aunque cuando empecé este blog ni siquiera imaginaba poder encontrar belleza en alguno de los disparos que realizaba y, ni mucho menos, saber que fotografiar “cosas” que no fueran amig@s iba a poder llegar a ser algo interesante.
Y llegué a Málaga, con nervios en el estómago, sabiendo que me esperaban 4 días llenos de risas y buenos momentos sí, pero sabiendo también que había logrado ser un poco más libre, que había conseguido crecer, coger un vuelo, medio perderme entre terminales, coger un autobús después, yo sola, con 17 años, y sin haber salido de casa nunca. Estaremos de acuerdo en que mis 17 de entonces no son los 17 de ahora, y que si una chica que ahora tenga esa edad contara esta historia probablemente se encuentre con otras veinte a su alrededor que ya lo han vivido mucho antes. Para mí fue un logro, un “tomar las riendas”, y un descubrimiento de cuán maravilloso podía llegar a ser pagar, comprar un billete, y encontrarte, casi sin darte cuenta, en otro lugar, distinto al que te ve amanecer cada día, que está esperándote para formar parte de tu vida, tus recuerdos y tus vivencias.
Y es que en el fondo para cada nueva etapa, para cada cambio o para poder hablar de evolución necesitas un punto de partida, y no sé por qué pero creo que para mí mi km 0 fue aquel vuelo de Air Europa. Entonces no me lo pareció: era un vuelo normal para pasar un puente normal rodeado de amigas.
Hoy siento que fue distinto; que gracias a que volé una vez pude volar cien mil más.